lunes, 15 de agosto de 2011

De cosechas, veranos perdidos y cuartos propios para la escritura femenina...

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Entonces también la desnudez: fue una espalda blanca, 
un pecho casi plano, 
nuestro andar airoso en el arenal; fingir que eran olas, olas picaban y se arremolinaban
en nuestro cabellos, sólo olas.
Cosecha de verano, Isaura Contreras.


El verano va cediendo, yo con un pie amoratado y pensando en lo que resta del tiempo de lluvias, con el enorme deseo de algo frío pero dulce, con el deseo de escribir y con la nostalgia de mi pasado, decidí tomar un libro que en el último año se convirtió en uno de mis imprescindibles. Hace menos de un año que tuve la grata sorpresa de toparme con Cosecha de verano, y quedar helada al leer entre sus páginas fragmentos de un pasado que no conocí y que no obstante sigue tan fresco como los primeros frutos de la cosecha. El pasado de mis abuelos maternos, gente de campo y de ferrocarril que trazó al labrar la tierra y conducir por el país una máquina con la historia revolucionaria aún impregnada, el devenir de las familias que sesenta años después echaran raíces en un lugar tan inhóspito como lo es lo es la capital...

Todo esto, las historias que me pertenecen y sin embargo de las cuales tengo tantos huecos, mis raíces del bajío, la abuela que no está desde hace tanto, el abuelo que perdió la memoria y muchas cosas más me dieron una sacudida cuando Isaura me presentó su premiada novela corta, Cosecha de verano. Leer y pensar la maravillosa historia que se condensa sobre un espacio perdido para quienes habitamos la ciudad, un espacio inmenso, lleno de matices, de olores, de memorias varias, no sólo refresca los recuerdos, sino desarrolla el deseo profundo de querer un pasado verdadero, mejor aún, un retorno a la infancia en un lugar fantástico.

 Desde el principio, cavilando como sucede cuando una comienza el retorno al pasado, la protagonista enumera las cosas que le daban sentido al espacio de su infancia, esa que se iba desarticulando con el paso de la pubertad, pero también esa que latía esplendorosamente con cada signo de maravilla, incluso al sentir en el puente entre la coquetería y la inocencia, las caricias del profesor y ser parte  del jugueteo de la atracción. Son tantos los elementos y tan exquisita la forma de presentarlos, que no sé cual me sugiere más morder una guanábana fría, quizá la tía Saura, quizá la pequeña gitana Persa, quizá la construcción de un fascinante universo femenino que se hila a través de cada personaje, no lo sé, quizá incluso me encantó que fuera escrita sobre un tiempo de cosecha, en un verano en donde siempre pasan cosas inolvidables, como cuando llegan gitanos y sabes que la vida y la muerte se te aparecen en conjunto. En fin, existen muchos elementos que empalman a Cosecha de verano con el pasado no sólo el que pertenece a algunos padres y abuelos, sino a nuestro rico pasado literario.

En el presente, en momentos en que si bien felizmente la literatura de mi generación empieza a llegar a buen puerto, pues me congratula ver su desarrollo por encima de los malos tiempos políticos y económicos, la mayoría de quienes comparten la escena joven defeña escriben cosas buenas, muy buenas incluso, sobre las experiencias que dibujamos en la burbuja que flota sobre la sangre de la provincia; no obstante de repente, es obvio, se han agotado algunos temas, por suerte emergen otros y este es el caso de Isaura quien ha abierto un camino para que las historias que nos pertenecen, tomando en cuenta que en su mayoría esta ciudad es de población migrante, se construyan a través de otras formas e imágenes que la autora presenta de manera fresca y sutil.

 Quizá a quienes tienen mal gusto o no saben leer con la sensibilidad deseada, les parezca el lugar común que una mujer hable sobre estos temas. Por el contrario, la densidad de cada imagen poética que Contreras logra construir en cada línea, es de un poder que se despliega al final con mucha franqueza; ese poder se siente en el correlato de la experiencia amorosa, no sólo la erótica que muy lograda se encuentra, sino el sentir que existieron veranos en donde el amor se traducía a través de la cosecha, el cuerpo, el recuerdo y el mirar el tiempo.

Así Cosecha de verano escrita desde el cuarto propio de Isaura, ese que Virginia Woolf nos decía que por sobre todo era necesario para escribir bien y ser escuchadas, abre un camino para nuevas lecturas, otras voces.