miércoles, 24 de octubre de 2012

Breves ausencias

Noticias desde Liverpool 16... Entérese!!

Una vez más me disculpo por la ausencia, pues hace más de dos meses que no he tirado una sola línea en este espacio, cada vez más árido.

En ocasiones me sorprendo dispersa, y apesar de que el presente no es sino un lugar donde el ejercicio de la escritura da cabida hasta a mis caprichos, no he podido seguir trazando la cartografía de mi intimidad sobre el plano de lo público. A lo mejor ya no importa tanto el hacer explícito que he podido comenzar a ser aspirante de escritora, o el poder por lo menos disponer de un tiempo que a la mayoría de las personas no se les dota para hacer lo que más aman. Yo simplemente sé que amo escribir. A veces tampoco ya no importa esa idea.

Son las Islas de las breves ausencias, como las llama Francisco Hernández, lo que en ocasiones intervienen para que yo siga escribiendo de otro modo. Son lugares llanos, de lastimosa languidez: momentos en que el vacío se apropia de las cosas que puedo articular. Y aunque soy honesta y sin vacilar puedo decir que no se trata sólo de tiempos donde lo único que colma es la sordidez o la soledad, también admito que esas pozas aún colmadas de agua jade, no me dejan elevarme y tomar la pluma o el teclado para construir con trazos o palabras. Aun así, me aventuro y confío que escribo, aún con la inactividad de mis manos, no importa si no hay registros instantáneos, acaso, las ideas de la experiencia que se va hilando desde el fondo de la omisión ya me va dando una coordenada exacta para enfocar al ojo lector sobre aquello que durante dicha languidez ha perturbado mi atención. Todavía recuerdo la manera en que sufría porque aún sin dinero ni tiempo que donar, me iba directo al tiempo, medianamente largo, del ocio que siempre de buena o mala gana ha acompañado mi viaje intelectual. Con la mirada perdida, con el gesto perenne y la cabeza sin camisa de fuerza, me he ido una y otra vez con una leve promesa de retorno.

Regreso, sí pero siempre con ganas de perderme la siguiente vez.

De cualquier forma, al regresar, me convenzo que es necesario escribir algo sobre lo visto o incluso escuchado. Ya que más da, si la escritura es un acto no sólo de provocación sino de desgarre, de mostrarse con el deseo de ser vista, de ser masticada. De regreso entonces de la última isla, la valija de Eunice regresa.

lunes, 6 de agosto de 2012

De inercias y memorias táctiles

Noticias desde Liverpool 16... Entérese!!

Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que los emplea.

Paul Auster


Cada cuatro años por estas fechas en el mundo, sobre todo en los medios, no se habla de otra cosa que no sean las olimpiadas. Para ser franca nunca me han llamado la atención. Tampoco entiendo el sentido que la sociedad le da al evento, o la condición simbólica otorgada a una medalla como símbolo nacional, como una presea que toda una nación gana. 

La mayoría de los ciudadanos sabemos que cuando algún deportista de mi país gana alguna presea de los tres metales nobles, es un objeto ganado por el trabajo que la deportista logró en conjunto con sus entrenadores. No hay más sobre la pista, sino la falta de una política del deporte capaz de refrendar con el trabajo, la entrega de recursos, la calidad, pasión y estrategia para concebir ese éxito. Cuando la situación, en un remoto instante, ocurra, quizá pueda admitir que cada medalla es un trabajo en conjunto: un símbolo de identidad.

Sin embargo, mi padre celebraba con deleite estas fechas. Era una fiesta donde él se sentía incluido. Mi padre me inculcó, por así decirlo, el placer de ver en la pantalla negra puntitos de deportes cada domingo, e incluso los últimos sábados, cuando el pugilismo hizo su arribo sobre el panorama de los deportes televisados. Sobre el sofá los dos nos encontrábamos a la espera del primer asalto.

En el caso de las Olimpiadas no vió ningún fruto. Nunca me interesaron siquiera, los eventos de inauguración o de clausura. Escasamente guardo el recuerdo de un momento contundente de las competiciones, o de cuando alguno de los deportistas de la delegación mexicana luchó, contra todo, y pudo verse en la cima y con lágrimas de dolor placentero, escuchar el himno de mi país. No tengo memoria de lo que la imagen televisiva reflejaba.

Las Olimpiadas celebradas hace cuatro años en Beijing no fueron la excepción. Recuerdo brevemente lo espectacular de los fuegos artificiales, quizá cuando la clavadista Paola Espinoza logró su medalla. Pero aún siento la mano de mi padre, la fuerza con que tomó la mía y sus ojos abrirse con el mismo gesto con el que se se extienden los párpados de un chico de seis años. Mi memoria de ese momento, que ahora reconozco como instante de felicidad compartida, no es desplegada a partir de una imagen fija o de un video; sino ahora, cuatro años después, la imagen se despliega gracias a una sensación táctil, a un calor que en un sólo gesto resguardó su animada pasión por los deportes. También por un sentido nacionalista, que lo sé y me pesa, carezco.

Ese era mi padre y esa fuí yo. En ese momento las pantallas planas hacían su arribo con la fuerza deslumbrante del océano mercadotécnico. Nuestro televisor era uno de esos enormes cascos grises que ocupaban un lugar en la sala, como cualquier familia clase-media-baja. No había forma de pensar en la adquisición de una pantalla plana, pero eso no impedía la continuidad del deseo. Cada vez que íbamos a algún mall, papá se quedaba boquiabierto observando algún fragmento de la imagen de tradición helénica. Apabullado, no dejaba que me fuera y deseaba, aunque fueran sólo un par de minutos, compartirme su gozo experimentado a partir de ver a las chicas del Volleyball de playa -ese placer aún lo manifiesto- y sentir la promesa del fetiche de la mercancia, vuelto ímago. Para qué soñar con viajes si la claridad de la imagen te suspende el deseo.

Terminaron las Olimpiadas, pero no el deseo de tener una pantalla.

Unas semanas después, en plena depreciación del dolar y el euro, las ofertas por las mercancias no se hicieron esperar. Por el correo llegó la invitación de extender la deuda de mi padre en su almacén de confianza, del cual con orgullo decía ser cliente desde "hace cuarenta años". En ese momento una tarjeta de crédito nos conectaba a un mundo del cual mi padre me hizo párticipe. Ambos ejercitamos la condición fastasmagórica de la mercancía.

La siguiente semana, luego de un corto viaje, fuí recibida con una sonrisa tan suya. Era la mueca de travesura, de sentir un placer que se contrae entre la angustía y lo conquistado. Y ahí estábamos abyectos por la noticia de que había comprado un pantalla de 52". En ese momento me parecía algo monstruoso: su peor compra. Para restituir mi gesto -mismo que ahora observo totalmente fuera de lugar- el día de la Serie Mundial compró unas cervezas para mí pues el ya no podía beber. Vimos ese juego, el último de la serie el 29 de octubre, donde Philadelfia se llevó a casa, por segunda vez en la historia de la Serie, el trofeo tan merecido. Esa fue la última vez que juntos escuchamos el retumbar del bat haciendo un hit. La última vez que nos tomamos de la mano frente a su pantalla.

Han pasado cuatro años, tres Series Mundiales, tres Super Bowls, y de nuevo, otra Olimpiada. Hace cuatro años que no vivo en la casa de mis padres. Serán cuatro cuando papá salió a través de la puerta por ultima vez.

Mañana irá a ver a mi madre, la pantalla sigue comandando la sala. Nadie la prende. Papá no volverá.

Este año el evento celebrado en Londres logró un cambio en la inercia. El deseo extendido sobre el amor por mi padre se concretó al ver  a Paul,  su ídolo, en torno al piano y cantar con el mismo sentimiento Hey Jude: la imagen me devolvió el calor de la mano de mi padre. La escena se rebobina hasta el instante en que su mano me aprieta con tierna fuerza viendo otra vez las Olimpiadas. En ese instante, una mano se encontró con la mía, aplicando una fuerza, una carga distinta.

La inercia fue rota ante la promesa de un nuevo calor congregado, de nuevo, frente a una pantalla plana.


martes, 3 de julio de 2012

El oficio de ser escritora II. Las outsiders

Noticias desde Liverpool 16, ¡Entérese!

Hace unos días que la idea del oficio de ser escritora y el del trabajo político me viene dando una vuelta tan álgida que el mareo producido me paralizó 24 horas, luego de saber los resultados de la votación en mi país. El gabinete blanco de la duda se extendió durante toda una noche. Al día siguiente, al encontrarme con mis iguales en pleno reclamo político, todo volvió, como la propia marcha, a encontrar en el camino una alineación de mis ideas.
 Existe una condición particular desde la marcación de escritora que me permite considerarme como sujeta política. Mi condición de género me da el poder a través de mis lineas de consignar incluso lo que observo en mi cotidiano, aquello que veo no sólo obstaculiza sino trata de eliminar los intereses, derechos y obligaciones de la sociedad en general. Esa es mi posición y desde luego atiendo a aquellas que consideran una condición no subjetiva, sino totalmente individual de la escritura. Esa concepción del arte es totalmente válida, políticamente correcta.
Sin embargo, en mi caso como establezco este lugar o mejor dicho no-lugar político, es el momento de revisar un par de aspectos significativos en el trabajo de la escritura. En la siguiente entrega definiré el aspecto de la intimidad, bien orientado por Alan Pauls en su texto El fondo de los fondos, pero acá me parece importante definir ese lugar complejo.
El hecho de que la escritura siga siendo un trabajo no sólo poco valorado a nivel general, es ya de por sí alarmante. La postura es  normativizada por diversos círculos sociales, incluso académicos, donde la literatura no es un espacio por sí mismo contemplado como una carrera, un oficio. Resulta risible cuando en diversos momentos he escuchado y leído que son espacios para las mujeres. Incluso en espacios no cercanos a las humanidades y las artes, determinan que es una cuestión de género y justo el femenino es el que debe establecerse en esos lugares. Desde luego es una apreciación errónea, además de sexista, pues no es un secreto que aun en esta época pocas, muy pocas mujeres nos colocamos ante la vida social como escritoras, sin mencionar el hecho de que todavía son menos quienes logran publicar en revistas o editoriales "prestigiosas" sus novelas, ensayos, poemarios y libros de cuentos. Si bien es mayor el numero mujeres que cada año logran publicar, aun el mundo editorial sigue siendo un mundo masculino, cerrado y clasista.
El costo más allá de que no exista un número nutrido de libros y artículos hechos por muchas más mujeres, otras que no sean las de siempre, genera una tensión entre los círculos literarios femeninos, misma que no sólo logra cerrar a manera de protección la postura ante el otro género, sino a nublar la percepción y seguir cayendo en arcaísmos del femenino. Establecen algunas incluso, un mujerismo insultante.
En 1938 Virginia Woolf publica Tres guineas, ensayo literario donde confronta su intención política frente a la condición de la guerra y sus causas. Entre las muchas cosas que diferencían  a esta obra en la historia literaria del siglo XX, es el hecho de objetar que muchos de los costos sociales y políticos por los que atraviesa la humanidad se debe precisamente a la falta de acceso de las mujeres a las universidades, así como a la mejora de la educación en las universidades femeninas. Con giros lingüisticos y un estilo epistolar Woolf se atreve a cuestionar duramente el sistema paternalista y capitalista que no hace sino conducir a la sociedad a un verdadero caos y desgobierno de sí. Sin embargo la autora de The waves, no sólo cuestiona o crítica la postura del sistema occidental masculino, no sólo se limita a criticar a la clase monárquica inglesa, pues realiza duras críticas y análisis al sistema fascista de otros países resultado de que su hermano muera en la Guerra civil española, conduce como sólo una persona congruente puede hacerlo a una alternativa.
En el tercer capítulo de Tres guineas crea a través de la innovadora figura de los otros, de las outsiders, una postura de cómo crear otra sociedad fuera de los aparatos ideológicos y las máquinas deseantes masculinas. La sociedad de las outsiders se establecería como una sociedad donde se tomarían otras vías que no fueran las bélicas para llevar al crecimiento humano de esa sociedad tan golpeada por la guerra y el deseo de acrecentar las economías personales. Es clara la postura de Virginia al determinar que ella se desmarca de la condición de tener una patria, una por la que se deba luchar, pues su condición de mujer le permite observar una condición universal, humanista de lo que puede ser el bienestar común, los derechos de igualdad y fraternidad más allá de las fronteras y lo géneros.
En estos momentos parece necesario no sólo revisitar dichas ideas y el concepto en sí de las outsiders, sino apropiárnoslo y refrescarlo. Una sociedad contemporánea de las outsiders, permitiría la confrontación de la condición de mujeres frente a los aparatos ideológicos del Estado y de los círculos cerrados, masculinos o femeninos, para ingresar en este caso desde la literatura a la posición crítica de la sociedad. Sería como promover las subjetividades, que no es lo mismo que el individualismo, en los marcos de interpretación social, donde la acción política a través de la praxis estética pronunciaría de primera mano, quitar las fronteras del género y después, las erróneas lecturas frente a la conciencia de clase. Un espacio donde hombres y mujeres son necesarios para la producción de esta nueva sociedad que desde su propia trinchera, sale del proceso de la intimidad propicia para el ejercicio de la escritura, para entablar con el otro ese diálogo tan necesario en estos momentos de gran intensidad política. Las outsiders (hombres y mujeres) salen a las calles y reclaman su derecho de participación política; crean la lengua en otra lengua, narran la historia literaria y política de este país.

miércoles, 20 de junio de 2012

El oficio de ser escritora. Primera parte.

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En otros momentos he hablado sobre la mediana salud, casi buena, con la que cuenta la literatura de mi generación. Cada día mi optimismo crece más pues me encuentro inmersa en una casa donde veinticinco escritores en ciernes, vamos desplegando nuestros mundo paralelos. Casi nunca hablo de mi experiencia en la Fundación para las Letras Mexicanas. Prefiero llamarla casa de escritores. En estos meses y en mi sexo fortuito con el teclado y la pluma, me he topado con diversas formas de recrear la lengua, bajo la idea de  la literatura como la invención de una lengua dentro de la lengua.  Si no somos cápaces de crear la poiesis, qué seríamos, sino unos esquizofrénicos que dicen que escriben y no pasan de insertar documento nuevo, que leen y nunca pasan de la página 2 de la primera parte de En busca del tiempo perdido de Proust, a lo mejor de las primeras 10 páginas de 2666. Seríamos como ese cuento de Monterroso, Leopoldo y sus trabajos, nunca podríamos escribir y, sin embargo nos llamaríamos elegantemente escritores.

El cómo una se hace escritora, sigue siendo todo un misterio. No podría explicar en qué momento ocurrió, sólo sé que un buen día tomé mis cosas, me despedí de la academía y comencé a trasladar mis historias a hojas de papel. Así, sólo así. No es raro ese camino, Susan Sontag hizo la misma cosa e incluso apunta que al final, sentía que la academía no la dejaba expandir sus ideas. Sin embargo no deseo hablar de falsas dicotomías, mucho menos de correspondencias erróneas, uno es escritor y ya. A lo mejor, la única primicia que tengo es la invención del escritor en la medida en que a diario, como cualquier otro oficio, la construye sin parar, hasta que una buena noche, si es posible con ginebra o un shiraz, Thelonius Monk de fondo y un par de gatas coquetas y festivas, consigues tu propia vida, la escritura como el único fin.


lunes, 21 de mayo de 2012

Amor que se mide en calles...

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Parece increíble que durante más de ocho años me he dedicado a hablar sobre la ciudad. Cuando dimensiono lo que he hecho en sus múltiples espacios e intesticios, evidentemente no me parece tan arriesgado pronunciar para ella un amor tan desafiante como el que se le ofrece a un o una amante que en el fondo, se sabe su pérdida. La única primicia que tengo es que de ella no podré zafarme nunca... mejor así.
En ella he pasado mis grandes gozos, en sus avenidas disfruté de la compañia paterna relatándome sus historias sobre su infancia. Sobre las vitrinas de sus dulcerías experimenté el noble deleite de llevarme a la boca la primera pepitoria, tan dulce como la que relata Gonzalo Celorio en su novela,  Y retiemble en sus centros  la tierra. Al interior de sus cantinas he dejado mis vociferantes carcajadas y también mis memorias con sal de tristeza que escarchan  una bola oscura y fría. En los espejos de sus hoteles contemplé los primeros planos de la penumbra amorosa, por sus almacenes se ha deslizado mi hálito capitalista, incluso lumpenburgués y en sus librerias aprendí la condición del verdadero amor al compartir con mi padre los primeros rasgos del deseo de ser escritora. Una experiencia en general quizá alejada de mi generación; puede que en mi memoria existan más lugares e imágenes, pero lo cierto es que son las únicas que edifican una conexión fuerte en mi tránsito vital.
No podría ser de otra forma. Y aunque en mis textos un recubrimiento negro envuelve el deseo constante de quererla poseer, entiendo que debo ejercer la educación sentimental que he obtenido desde mi adolescencia de Patti Smith, déjala libre, si regresa, es tuya. Es cuando pienso que cargo en el cuerpo, en mis residuos, en mis letras, la dádiva del amor que siempre está en falta, esa misma que me hace extrapolar mi deseo, mis fantasías hasta materializarlas en lo único que me pertenece, aunque sea por un breve tiempo, mi escritura.

lunes, 14 de mayo de 2012

Frente a la búsqueda de la libertad soberana

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Sobre una libertad soberana II

En tiempos caóticos como los que vivimos desde el inicio, las inseguridades abundan en el plano del conocimiento social, así como en el de nosotros mismos. Nada nuevo se vislumbra en el panorama de las intersubjetividades: al parecer una de las muestras que marcan la fractura de los diversos procesos de conocimiento es la falta de libertad que el actor social tiene para exponer, de manera deliberada, su verdadera posición frente al mundo.
George Bataille nunca se equivocó en dilucidar las formas de extrañamiento que produce la verdad sobre la condición humana. Desde una percepción hegeliana, la búsqueda por dicha verdad fue para Bataille una necesidad de primer orden, al observar luego de dos hechos históricos altamente violentos y deshumanizantes, el componente social del interdicto y la ruptura. Nadie quiere aceptar que en nosotros convive la parte maldita, el deseo y la pulsión de violencia, como también nos cuesta trabajo aceptar la cuestión del amor y la conciencia de lo bello, aún en lo terrible.
Es posible observar desde sus textos, ya de por sí clásicos, el  terror que produce la autoaceptación y sobre todo el poder vivir tranquilos, incluso felices con ello. Desde el instante que el buen George escribió El erotismo, han pasado casi sesenta años, tiempo donde las cosas han tomado un relieve nada alentador. No sólo en cuanto a la condición de la subjetividad respecto a la transgresión, sino en sí respecto a la biopolítica tan bien concertada por Foucault.
La condición del hombre, mujer, respecto a su psique y su cuerpo, conlleva un trabajo de reconocimiento e incluso de exposición frente al otro, nódulo integrador para que se lleve a cabo el interdicto y la transgresión. Desde luego que la socialización de dicho conocimiento o reconocimiento, recrea muchas veces el miedo de no poder ser comprendido, incluso el de poder ser parte de la comunidad, en un nivel de aceptación total. Somos lo que hay, y así como es expuesto de una forma particular en la película de Jorge Michel Grau, la imagen de lo que realmente podemos llegar a ser, hasta la última consecuencia, puede volvernos objeto de morbo, asco o una total incomprensión.
Al final, en el rescoldo de nuestra conciencia no debemos de dejar de lado lo que nos conforma como seres sociales: lo bueno, lo malo, las cicatrices, los llantos, las alegrías y la búsqueda perpetua del yo es un hecho al que no podemos darle la espalda.
La libertad soberana es uno de los retos que como colectividad deberíamos de tomar en cuenta, ésta se cifra en el pleno reconocimiento de quienes somos y, uno de los elementos primigenios es la conciencia del cuerpo en que nacimos y del que nosotros con la experiencia de vida vamos construyendo.  Guadalupe Nettel en su novela El cuerpo en que nací, lo expone con la mayor sensibilidad y sosiego que cualquiera de su generación en México:


El cuerpo en que nacimos no es el mismo en el que dejamos el mundo. No me refiero sólo a la infinidad de veces que mutan nuestras células, sino a sus rasgos más distintivos, esos tatuajes y cicatrices que con nuestra personalidad y nuestras convicciones le vamos añadiendo, a tientas, como mejor podemos, sin orientación ni tutorías.

Las palabras de Nettel rescatan entonces, ese halo de aceptación de nosotros mismos como entes que requieren ante todo, la autoaceptación para poder entonces entablar las relaciones, acuerdos, prácticas y sobre todo, la práxis de la libertad soberana, que tantas veces queda traspuesta bajo la túnica del deber ser. El cuerpo en el que nací es un cuerpo recubierto de cicatrices que conllevan a una memoria de lucha y búsqueda por la felicidad y el conocimiento: así soy y así desde mi percepción social, me represento.


miércoles, 25 de abril de 2012

Gran hotel

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El hotel ha sido uno de los grandes temas en la literatura universal. Sea como espacio donde transcurre la acción de la obra o incluso como un personaje, el hotel sigue siendo uno de los lugares más nombrados en la literatura contemporánea. Recuerdo el hotel con el que inicia su relato Bataille en su novela El azul del cielo, un lugar donde las prohibiciones quedan extraviadas tras la puerta del elevador; la candente violencia se sitúa en ese espacio liminal, donde la protagonista está inmersa en la transgresión de la vida burguesa.
Pienso que la particularidad del hotel recae en los sucesos que quedan atrapados en ese sitio. Todo lo que pase en esas cuatro paredes, queda resguardado para cuando la memoria desee sacar lo ocurrido: las acciones más gozosas, pero también las más dolorosas se dan cita en este lugar. Los amores pasados dan rienda suelta a su carnalidad frente a grandes espejos puestos frente o junto a la cama; los cristales de las regaderas se empañan al ritmo de los vapores que emanan de la escena. De igual forma los hoteles e incluso hostales que registran el paso del viajero, logran mapear sus experiencias en rutas que abarcan distancias medidas en millas, extensiones que logran alargar lo que se quiere dejar atrás.
 El hotel articula esa conexión entre quien duerme, aunque sea una sola noche, y la experiencia que se rescata del lugar en turno. Nathalie de Saint Phalle en su libro Hoteles literarios destaca "el viaje no es a menudo sino una huida, mientras que la lectura es un viaje en sí." El hotel y la literatura para el viajero parecen ser las llaves para ese éxodo al centro de uno mismo. Paradojas del destino, por más que deseemos escapar, de todos y de nosotros mismos, en algún cruce de la ruta el lugar y la narrativa nos internan en el lugar que hemos dejado a kilómetros.
Sin embargo, existen también las experiencias de dolor y desasosiego que se delinean al atravesar la puerta del cuarto asignado. Sophie Calle lo detalla en su pieza Exquisite Pain, en la cual representa el dolor de la soledad y el desaliento experimentado al sostener una ruptura con su pareja quien la acompañó en un viaje de noventa y dos días. Sophie logra a través de la imagen relatar ese circuito de dolor que logra representar de diversas formas lo que ha repasando constantemente.
Si bien la globalización y las grandes cadenas de hoteles han desarticulado el concepto de intimidad, que en los viajes muchas veces se dibuja melancólica, los hoteles sin marca registrada siguen dejando una cicatriz profunda en la memoria de sus moradores. El dolor, el placer o simplemente el deseo de sentir unas sábanas que por una noche nos resguardaran del pasado o de la cotidianidad compartida, son los rasgos que atraviesan nuestra memoria a largo plazo.
Así desde la experiencia del viajero, del amante o simplemente de quien desea un refugio, el hotel es el espacio que sigue vigente en la memoria de cualquier cuerpo deseante.



domingo, 15 de abril de 2012

La casa de los niños perdidos

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Ocurrió hace años, sin embargo aún mantengo un exacto recuerdo de los hechos. Todos entraban a su casa, los conocidos, los desconocidos, los que tenían un nombre, los que sólo tenían una hermosa sonrisa, de esas que te hacen recordar el ocaso de la felicidad y ahí estaba ella... La chica Gin gin, con su mirada colocada en el centro de la acción, sonriendo como si ya de antemano ella supiera lo que ocurriría luego de que se terminará la botella.
Fuera de ser una femme fatale, Gin gin simplemente giraba con el peso del tiempo de un lugar a otro, hasta que la pesadez de su cuerpo, aún informe, se constituyera con el peso de otro ser que deambulara por las mismas coordenadas donde sus delirios se encontraran.
Cada noche, las risas se escuchaban desde los diversos rincones de la casa. El chocar de los vasos y de las botellas eran la cantaleta: la canción de cuna de los invitados. Gin gin, la Wendy de los cuentos para niños, la lolita desfasada ya por el peso de las experiencias, aguardaba el instante para poder ver el ocaso, el que fuera, el de la ciudad, el de su vida; el de la fiesta y el de sus invitados, incluidos claro.
Sin embargo no hay ocaso digno de contar sin un preludio excitante, sin algo que nos conduzca al deseo de la explosión.
Ahí como en otra noche, la acción se concentraba en el vibrar de las cuerdas vocales de algunos que recitaban la oda a la felicidad infantil; las horas apremian cuando en la mesa ya sólo quedan dos cervezas y no hay los suficientes recursos para ir por la siguiente carga. Y ahí estaba ella, ahí con nosotros, viendo como la vida está a punto de aparecer para el fin que a cada uno le venga en gana, para sonreírse con ella y verla a la cara, para escupirla y pensar en lo que no será posible... o simplemente para esperar el cenit.
La música sonaba bien fuerte, como si los chicos se hubieran convertido en ancianos y no pudieran escuchar con claridad lo que ocurre en su entorno. Quizá son los acercamientos con el final lo que nos hace sentir más vivos y mientras sucede, a nadie le viene mal unos decibeles que nos hagan disipar el sentido de las palabras que pronunciamos mientras apuramos el trago en turno. Y así fue, hasta que sólo quedaba una cerveza, y cuatro chicos  además de ella. Los otros yacían fundidos sobre la alfombra de la sala, como un conmovedor estampado de caritas soñolientas, babeantes incluso. Sus facciones formaban patrones de la inocencia encontrada de nuevo,  sólo los seres más despreciables mientras duermen no poseen un rostro cuasi angelical. Los cuatro chicos esperaban la venida de los primeros rayos del sol, con un ojo viendo la botella y el otro en el centro de sus sueños, lo que hacía que uno a uno comenzará a balbucear lo que les haría felices. El sexo e incluso la fama, estuvieron presentes en el registro de la sonata atonal en plena madrugada. Afuera los sonidos de la noche empezaban a enrarecer la habitación, pues el mundo fuera de la casa era el significado de la pesadez del ser, la nula vida que aborda una patrulla y restringe el paso al deseo de vivir tranquilo. La cumbia de los tugurios cercanos y la oscuridad disipada por las luces, conducían a un deseo de no querer salir nunca de esa casa... pero la botella iba a la mitad.
Media caguama y todo el peso de la otra vida, la real, ingresaría con todas sus fuerzas hasta el lugar donde ellos yacían. Gin gin ya sentía ese calor que se difumina en toda la extensión de su cuerpo una vez reposado el liquido ambarino. La cálida sensación de sentir que el cuerpo no puede seguir flotando todo el tiempo, que necesita un ancla para sostenerse o por lo menos, otro cuerpo que comparta el agobio de ver pasar los años y no entender de qué demonios se trata esto.
Y entonces ocurrió, el chico de a lado dio un trago tan grande que sólo quedaba quizá un tercio de lo que le cabría a un vaso común; los otros dos lo miraron con recelo, primer síntoma de que el viaje de retorno comenzará en unos minutos, pero Gin gin miraba aún hacía adentro, estaba colocada.
Siguieron hablando, el gesto típico  para alejar a la realidad o prolongar la existencia. Ya no tenía sentido el discurso, que si la poesía de fulanito, que las piernas de esa chica, -cúal, ¿la que iba con nosotros en la clase?- que si no hay futuro, que si mis papás no entienden las expectativas que tengo con mi escritura, -wey, ¿sigues escribiendo cuentos?-, que si las piernas de la chica estaban chidas, -qué te pasa, estaban  medio chuecas- que si no lees a Joyce en inglés no lograrás entenderlo, y así se fueron vertiendo las últimas horas, hasta que Gin gin tomó la botella y luego de ese último trago, el amanecer entró por la ventana iluminándola, dejando traslucir el líquido ambarino que ella había tomado.
Yo salí del baño, los brillos despertaron a los demás que aún roncaban. Ella salió al balcón, miró la calle, con los barrenderos y la  hora de las mañanitas de fondo y se fue levitando, lejos de la casa de los niños, dejándonos con la sensación de correr y escondernos.




lunes, 9 de abril de 2012

Fragmentos II: ante la emergencia de nuevas propuestas estéticas.

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Cada cierto tiempo el mundo del arte nos integra a nuevas experiencias estéticas. La historia del siglo XX es la historia de una producción artística rica en propuestas que ayudaron a traducir los cambios sociales, políticos e incluso económicos de las diversas generaciones que hicieron eco más allá de las planicies intelectuales. Susan Sontag en su ensayo editado en 1965, Una cultura y la nueva sensibilidad, expresaba esta necesidad de encontrar no sólo nuevas formas estilísticas, sino también la emergencia de encontrar espacios y públicos que pudieran sumarse a los lenguajes revolucionarios; el quehacer artístico es denotado como una propuesta política donde resulta necesario romper con los ejes de representación sobre los cuales fueron cifrados los cimientos de la cultura occidental. Tres años antes de 1968, la propuesta de diversos creadores toma un rumbo que ayudó a determinar el contexto sociopolítico del mundo en general.
Contemporáneamente podemos leer la propuesta de Sontag con las mismas interrogantes y las mismas necesidades de aquel tiempo: romper paradigmas y enfrentarnos a la búsqueda de otras fronteras e intersticios que ayuden a configurar la cartografía social. En el caso de nuestra literatura, podemos ver a la escritura fragmentaria como una apuesta, nada nueva, por identificar la función del tiempo en el que nos encontramos. El fragmento encuentra en este instante una congruencia, no sólo estilística, sino social donde los lectores se encuentran más acostumbrados a leer mosaicos, recuadros que expresan la historia contemporánea. Valeria Luiselli en su novela Los ingrávidos (Sexto piso, 2011), señala que el mundo editorial pide novelas de largo aliento, sin embargo dado el tiempo en que vivimos, por ejemplo su personaje Narradora no tiene tiempo para escribir de otra forma, resulta una tarea exógena el poder escribir novelones.
No hablamos de escrituras mínimas, de microficciones, haikús o aforismos, sino de estructuras flexibles que se adaptan a las nuevas formas lingüísticas e incluso a las maneras de vivir cotidianamente. Parece ser que el público interesado en leer esta literatura se encuentra en los espacios urbanos donde el tiempo es un rizoma que si bien soporta todas las actividades a las cuales nos enfrentamos, la ramificación consigue concretar, aún en fracciones, un todo, un espacio social.
La experiencia estética que produce la literatura fragmentaria podría leerse incluso, como un soporte congruente con la forma de habitar el mundo, un lugar que suprime la experiencia e introduce al lector a una experimentación, concertándolo como un actor social.

jueves, 23 de febrero de 2012

Fragmentos I

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La importancia del libro reside en la forma en que nos apropiamos de su contenido, en la trascendencia que la narración establece con nuestra mirada del mundo. Me gusta pensar que dentro del relato, actuamos como una especie de observadores participantes; a veces encarnamos a los personajes y compartimos sus miedos, sus pulsiones, quizá hasta su óptica. En otros instantes, podemos tomar distancia de la prosa o de la imagen poética para analizar y criticar al texto. De cualquier manera, estamos atravesados gozosamente por las letras.
Podría decir vagamente que la literatura de mi generación está pasando por buenas épocas, lo cual no es del todo cierto. Digamos que va ganando salud. Quizá siempre ha sido un buen tiempo para la literatura. En el caso de México, hablamos de nuevas apuestas que abren los puentes para la comunicación entre los diversos estilos literarios. Ya no digamos de las formas narrativas, los discursos, incluso de las poéticas y los lenguajes que se van creando con el correr de las páginas; otro campo de gran discusión e importancia (no sólo porque esté de moda sino porque es una realidad tangible), son los usos de las tecnologías y su implicación para generar otros horizontes lingüísticos y recursos plásticos. 
Todo ello coincide con la edificación de estructurales flexibles, "novedosas", que se construyen por fragmentos, recortes, post-its. Nada nuevo sobre el relieve letrado, pues es una práctica que se ha preservado en las letras francesas desde el siglo XIX, así como en otras glosas y tradiciones no occidentales. Sin embargo la historia se repite, como se repitió en 1922 con el Ulises de Joyce, como lo persiguió Cortázar, como lo siguió Georges Perec; de la forma en que lo reintrodujo Bolaño, como lo persigue Goran Pétrovic, y como incluso, escritores de mi generación y de mi país como Valeria Luiselli, Isaura Contreras o Luis Jorge Boone, lo redefinen.
Seguimos en contacto, mientras tanto, recolecten sus post-its y notas sueltas.

lunes, 13 de febrero de 2012

El espejo roto

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En el sello editorial Siruela, existe un libro sobre textos de Clarice Lispector titulado Correo femenino, donde se rescatan diversos artículos que durante más de dos años bajo los seudónimos de Tereza Quadros e Ilka Solares (la identidad de la última queda como ghost writer ya que solares era una famosa actriz y modelo en Brasil), publicó en un par de medios durante la década de los cincuenta. Los temas escritos son básicamente estilo de vida y consejos para mantener la belleza de las mujeres.

A primera vista, las notas pueden parecer cosas nimias, incluso vacuas, sin embargo, al leer con detenimiento encontramos las llaves para entender los relatos de Clarice. Se condensa igualmente un sentido crítico sobre la sociedad brasileña, construida popularmente como física y vanidosa, las diversas figuras y roles desde los que se construyen las mujeres.

El siguiente aspecto relevante, es sugerido a través del cuidado de la edición, así como el continuo ejercicio de la escritora desde otra banda. En el prólogo se indica la suma dedicación con la que Lispector escribía sus columnas; incluso ella misma buscaba y recortaba las imágenes adecuadas para acompañar sus textos, cuando aún la edición era un trabajo artesanal.

Desde mi actual experiencia cotidiana, en la que me enfrento con el teclado y con el desbloqueo de mis ideas, creo fascinante el hecho de que tantas mujeres han podido edificar los caminos de la escritura desde diversas contiendas. Las escenas literarias como sabemos, normalmente son presentadas bajo contextos de  misoginia, lugar común en cualquier contexto, lo interesante es observar como se plantea una contienda, sin pudor o censura, para superar los papeles impuestos por la sociedad en general. Es bien sabido que el lugar al que se relega la escritura hecha por mujeres, es ese espacio rosáceo que llaman "escritura femenina", marca registrada que establece que sólo nosotras sabemos escribir acerca de relaciones, lacrimosas la mayoría de las veces, o sobre corporalidades vanas. Quizá sí, muchas han escrito sobre esos temas, aunque igualmente muchos hombres escriben sobre ello y el resultado en ocasiones se resume temible.

Por fortuna, diversos ejemplos siguen revelándose en el presente literario latinoamericano, no obstante el ejemplo de Clarice, resulta un buen inicio para observar que las mujeres  no sólo escribimos sobre el "eterno femenino",  sino que el espejo se ha roto a partir de la construcción firmemente cincelada de una escritura que regularmente asombra a propias y a extraños.

viernes, 10 de febrero de 2012

Una libertad soberana

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 "Yo soy, pero cambio; luego, no soy, y sin embargo soy... He de sacrificar el principio de contradicción en holocausto. Que los dioses honrados con mi acción me sean propicios y me concedan la gracia de legitimar mi existencia en otros medios." Este es uno de los desdoblamientos que se observan en el libro del colombiano Julian Serna Arango, Heterodoxias, editado por Ediciones sin nombre. Inicio con dicho fragmento, porque despliega una postura que se puso muy de moda a finales de la década de los ochenta, esto es estar seguros de quiénes somos y vivir con ello, incluso hacer que los demás lo acepten, principio de aceptación comunal, en donde todos, minorias de todo tipo, histéricas, anarcopunks, abuelas, todos vivamos como era el sueño de la globalización...

Me viene todo esto, en parte porque nos encontramos en tiempos límite en donde se han prefijado las condiciones para vivir, bajo mandatos poco éticos y sumamente deshumanizantes. Por otro lado, porque creo que las alternativas de vivir bajo la ruina del proyecto neoliberal, posmoderno, hegemónico, occidental recalcitrante, o como usted deseé llamarlo, evidentemente son formas agotadas. Normalmente la filosofía, ha intentado dar explicación, visibilidad y punto de quiebre a los problemas que aquejan al ser humano, incluido el poder vivir con uno mismo, sin embargo no sé cómo pueda resolverse la condición individual si existe  la imagen de Pedro Pardo, la cual ha sido seleccionada por la World Press Photo.

Hasta dónde las acciones de los demás nos han encausado a vivir en Estado de excepción, y sin embargo tristemente nosotros lo hemos permitido. Es nuestra responsabilidad que una imagen tan grotesca y triste haya sido tomada en nuestro país, que no sólo estoy hablando de nosotros, sino en general el hecho de que exista una reproducción constante de éstas imágenes a lo largo y ancho del mundo. Su existencia, el hecho de que miles de seres humanos sean valorados como objetivos móviles de dichos disparos, definitivamente resuelve el hecho de que ninguno hemos sido capaces de superar la ruina de la historia. Ha sido nuestra decisión vivir entre sangre, corrupción, miedo y encierro.

Por la tarde leía el editorial de la Playboy de este mes. Fui gratamente sorprendida, no sólo por las bellas fotos de Vanessa Bauche, sino porque me pareció muy congruente lo escrito por Gabriel Bauducco. El editor lanza aseveraciones bastante apremiantes, admitiendo que lo que vivimos en México, luego de la escalofriante cifra de muertos en este sexenio que el propio Estado ha dado a conocer, en realidad sí es una guerra; lo interesante de su opinión, es que exclama que es una guerra que a todos nos afecta, independientemente de que vivamos en zonas que no son propiamente áreas denotadas como peligrosas, simplemente ésta guerra es responsabilidad de todos.

Lo anterior no sólo tiene que ver con que hayamos dejado a Calderón apoderarse de un Estado de forma ilegítima:  en seis años no hemos exigido las formas políticas, legales y civiles para que el Estado se conduzca de forma ética y nos dote a todos y cada uno, sin importar ninguna condición social, racial, sexual, física o religiosa, lo que la Constitución marca como derechos; hemos dejado que se creen alteraciones a los derechos sin previo aviso. Recordemos que no sólo es Calderon, sino el poder de ambas Cámaras, pues ellas son las encargadas de gestionar dichas modificaciones. Esto también lo hemos propiciado, no hemos exigido a cada uno de los diputados y senadores, así como a la lastimosa minoría de mujeres que nos representan en el Congreso, a que ayuden a establecer el País que todos merecemos. Es nuestra obligación buscar las formas adecuadas para lograr la libertad que cada persona merece. Será entonces cuando encontraremos la libertad soberana.