miércoles, 24 de octubre de 2012

Breves ausencias

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Una vez más me disculpo por la ausencia, pues hace más de dos meses que no he tirado una sola línea en este espacio, cada vez más árido.

En ocasiones me sorprendo dispersa, y apesar de que el presente no es sino un lugar donde el ejercicio de la escritura da cabida hasta a mis caprichos, no he podido seguir trazando la cartografía de mi intimidad sobre el plano de lo público. A lo mejor ya no importa tanto el hacer explícito que he podido comenzar a ser aspirante de escritora, o el poder por lo menos disponer de un tiempo que a la mayoría de las personas no se les dota para hacer lo que más aman. Yo simplemente sé que amo escribir. A veces tampoco ya no importa esa idea.

Son las Islas de las breves ausencias, como las llama Francisco Hernández, lo que en ocasiones intervienen para que yo siga escribiendo de otro modo. Son lugares llanos, de lastimosa languidez: momentos en que el vacío se apropia de las cosas que puedo articular. Y aunque soy honesta y sin vacilar puedo decir que no se trata sólo de tiempos donde lo único que colma es la sordidez o la soledad, también admito que esas pozas aún colmadas de agua jade, no me dejan elevarme y tomar la pluma o el teclado para construir con trazos o palabras. Aun así, me aventuro y confío que escribo, aún con la inactividad de mis manos, no importa si no hay registros instantáneos, acaso, las ideas de la experiencia que se va hilando desde el fondo de la omisión ya me va dando una coordenada exacta para enfocar al ojo lector sobre aquello que durante dicha languidez ha perturbado mi atención. Todavía recuerdo la manera en que sufría porque aún sin dinero ni tiempo que donar, me iba directo al tiempo, medianamente largo, del ocio que siempre de buena o mala gana ha acompañado mi viaje intelectual. Con la mirada perdida, con el gesto perenne y la cabeza sin camisa de fuerza, me he ido una y otra vez con una leve promesa de retorno.

Regreso, sí pero siempre con ganas de perderme la siguiente vez.

De cualquier forma, al regresar, me convenzo que es necesario escribir algo sobre lo visto o incluso escuchado. Ya que más da, si la escritura es un acto no sólo de provocación sino de desgarre, de mostrarse con el deseo de ser vista, de ser masticada. De regreso entonces de la última isla, la valija de Eunice regresa.