lunes, 3 de noviembre de 2014

Esterilidades

El viernes me hicieron toda clase de pruebas de laboratorio. Siete pequeños tubos y medio galón de orina bastaron para darme cuenta de lo frágil que soy. Catorce pruebas en total, diversos tipos de padecimientos que intentan descartar lo que siempre he temido, una condición infecta y estéril que aparece justo cuando creía que todo iba mejorando. La verdad es que he intentado guardar la calma, pues no considero que explotar o hacer sentir mal a mis seres amados y/o cercanos, sean cosas que aun ante el peor padecimiento puedan librarme de mis pesadillas. Pero en el fondo, los terrores emanan de la oscuridad de mi inconsciente. Nuevamente amanezco empapada, sin ganas de dormir nunca. También me he vuelto olvidadiza, todas las contraseñas las he olvidado: las de los bancos, la de la biblioteca, vaya, hasta la del Netflix, igualmente he olvidado donde dejé mi pastillero y para qué mentir sobre el hecho de que aprendí que en estos momentos no resulta buena idea prender veladoras, por lo menos no estando sola. A pesar de sentirme amada y acompañada, un denso frío me envuelve de nuevo, la verdad es que me muero de miedo por los resultados. También resulta cierto que en momentos como este las coincidencias no se hacen esperar pues justo el día que mi padre cumple años de muerto, me darán el diagnostico de mi condición... Pienso que es entonces cuando debería de doblegar esfuerzos, escribir y leer sin parar, pero luego ese frío denso me acongoja hasta la inactividad, me siento paralizada y esa condición claramente me escandaliza, termina por deprimirme. No he dejado de leer, pero no puedo escribir con la fluidez e inteligencia necesarias. El miedo a la esterilidad no sólo tiene que ver a mi terror de que quizá jamás pueda ser madre, sino se expande hasta el punto de que quizá jamás me convierta en una escritora de verdad. En ocasiones he llegado a pensar que siempre seré como el personaje del Libro vacío de Josefina Vicens, puede que este espacio sea lo único que tenga un ápice de condición pública, pues aunque siempre escribo en mis diarios y libretas creo que no he trabajado por un espacio más grande. Puede que como siempre, exagere mi desesperación ante el miedo al fracaso, entonces recuerdo aquello que el Dr. Quirarte durante mis años en la Fundación para las Letras Mexicanas nos repetía:
Leer es también escribir
Pienso que en todo caso sería una escritura íntima, quizá para eL Dr. Q, como para su maestro Bonifaz Nuño, esa sea la verdadera literatura. Para este momento, ya ni siquiera entiendo muy bien cual es el impulso que me hace desear seguir escribiendo, pero debo de confesar que luego de estas líneas, me siento un poco más tranquila. Puede que siga teniendo pesadillas, o que prefiera seguir habitándome dentro de mi insomnio, pero es cierto que he podido diluir unos miligramos de esa oscura capa de nostalgia mezclada con inseguridad.

jueves, 30 de octubre de 2014

Soledades

Hace casi cuatro años que generé este espacio. Lo hice con la intención de escribir y comenzar a encontrar lectores, cómplices que sin conocerlos serían, por lo menos en mi imaginación, compañeros de una vida apócrifa que iría desplegando en cada entrada. Pero me he engañado, no encontré tal espacio, ni tampoco ese acompañamiento, en parte porque lo reconozco, no soy disciplinada con mi escritura, además de no ser tan interesante, y en parte, porque evidentemente los medios y las plataformas han cambiado; en realidad este medio ya está totalmente desfasado y me parece, pocos son ya los lectores de blogs, pero mi curiosidad y miedio al silencio siempre resisten. No he publicado nada relevante, para ser franca, lejos estoy de poder siquiera palpar mi primera novela publicada o aquel libro de ensayos dedicado a mis duelos. Probablemente por todas las cosas que estoy enumerando sea el motivo por el que de nuevo publico una entrada en este empolvado sitio, porque sé que no seré leída, porque me mantendré en un anonimato propicio que sin embargo, me ayudará a seguir ejercitando lo único que me ha mantenido cuerda. La ecuanimidad y equilibrio nunca han sido aspectos que acompañen mis días, mucho menos en el último año y medio de mi vida donde he experimentado diversos cambios que desde luego han repercutido en mi escritura, por ejemplo, ahora escribo desde el extremo sur de la ciudad de México, me casé, volví al ámbito académico y además ya tengo treinta años, ah lo olvidaba, también me encontraron un padecimiento autoinmune; cada una de esas nuevas experiencias en ocasiones me han hecho descubrir un extrañamiento en mi cuerpo, en mi escritura y en cada uno de mis procesos. Puede que este ejercicio me ayude a crear un espacio donde me sienta segura, donde pueda reconocerme fuera de cada etiqueta que me he impuesto, también es cierto que, como siempre, logre sabotearme y extinga el impulso de establecer mi propio tono, un estilo que a diferencia de mis amigos y contemporáneos no he encontrado aún. Ahora sólo me queda esperar que la noche se extinga, que las horas se disuelvan entre páginas de sociología y ese artefacto de Pitol que no me ha acompañado la última semana, esperar que sean las seis e ir al laboratorio, llegar y desear como en ocasiones me sucede, estar en la playa y no sentir nada que no sea la brisa pegando en la arena.